Puente del Diablo
La leyenda cuenta que hace cientos de años existía en los vericuetos de una de las barrancas de Taxco, un matrimonio indígena que, no obstante su ignorancia, creía en la existencia de un ser superior a sus dioses, ese matrimonio se componía de cinco hijos, siendo el primogénito Juan, quien a sus diecisiete primaveras sentía latir su corazón y hervir su sangre por el amor de una doncella bronceada por el sol y templada en los quehaceres domésticos. Ambos se conocían a pesar de que el uno vivía a un lado de la barranca y la otra al lado opuesto. El amor no se hizo esperar y vino el idilio en medio del más riguroso sigilo por temor a los padres. El indígena enamorado tenia que atravesar la barranca a cada cita de amor, pisando con mucho cuidado sobre lasa piedras que formaban el tepanole para no resbalar, ya que la oscuridad de la noche hacia mas difícil la travesía para llegar a la amada.
Los intervalos del tiempo que sucedían eran aprovechados para decirse cosas bonitas, cosas de amor, cada vez que el amado tenía la dicha de atravesar el barranco, en medio de la densa oscuridad de la noche.
En una de tantas travesías y al borde del barranco por donde pasaba, estaba sentado sobre una piedra, un apuesto mancebo vestido a la usanza de la época. Quien al venir a Juan, se levanto saludándolo por su nombre, asombrado Juan, le pregunto ¿Quién eres tu y como te llamas? Contestando con mucha cortesía el desconocido dijo: soy tu amigo, quiero ayudarte a pasar esta barranca tan oscura. Juan le dijo: ¿en que más puedes ayudarme? Y el amigo contesto: soy poderoso y colgare un puente para que pasemos los dos. Inmediatamente apareció un puente colgante. Vente, te acompaño a pasar, le dijo y ambos se dirigieron al lugar. Juan llego hasta donde lo esperaba la enamorada novia. El, nervioso e inquieto mas de lo acostumbrado, sentía que su corazón daba vuelcos por una incertidumbre interior, y pronto se despidió de ella encaminando sus pasos hacia el puente.
Allí sentado lo esperaba su amigo. Siempre afectuoso y atento, quien aprovechando cualquier movimiento de Juan, ya que no podía penetrar su pensamiento, pero si sus acciones, volvió a interrogarle ¿quieres que te siga ayudando, ya que te he escogido para mi amigo? Lo haré, pero eso si, necesito de ti una recompensa y será que el primer hijo de tu matrimonio me lo des en cuerpo y alma. Ante tal petición, Juan se estremeció. No te extrañes, dijo el mancebo, dame un abrazo en señal de compromiso y yo quedare estampado en tu propio cuerpo, ya que no sabes escribir, para que lo hicieras con tu propia sangre. Retrocedió el indígena quien en ese instante se acordó e hizo lo que el fraile misionero le había enseñado: tembloroso y agitado hizo la señal de la cruz. Instantáneamente el diablo, que era el mancebo que lo acompañaba, se hundió en el abismo de la oscuridad, crujió el puente y todo quedo en la nada, solo permaneció un pestilente olor a pólvora y azufre quemado.